“Sepamos escuchar el grito cuestionador de la juventud...” (Madre Leônia)
Mi experiencia vocacional desde el inicio estuvo relacionada a la misión y al mundo juvenil. Disconforme con una vida rutinaria, cómoda y programada, comencé un camino de búsqueda profunda, de sentido nuevo para mi vida. Esas incansables búsquedas me condujeron al camino misionero. Participando de un movimiento juvenil escuché el anuncio de los jóvenes: “Tú eres la Iglesia, todos somos la Iglesia”, “Ay de mi si no evangelizara”, “Tu vida es misión” … muchos anuncios que resonaron en mi corazón y que fueron los fundamentos para que una nueva vida comience a nacer. Fueron los jóvenes que me llevaron a aventurarme por caminos nuevos donde el despertar vocacional tuvo identidad misionera al estilo claretiano en la bondad y alegría.
Con los jóvenes y siendo yo misma joven, nos comprometimos con la misión de ir a los lugares más distantes y periféricos para compartir experiencias del Reino de Dios durante tiempos prolongados de vacaciones y Semana Santa en el año. Esas experiencias comenzaron a ser fundamentales en mi vida; sentí que ya no quería solo ser misionera de verano o Semana Santa y sí anhelaba que la misión fuera mi vida entera. Este deseo de extender la misión para siempre me llevó a transitar caminos nunca imaginados: Lugares, personas, familias, comunidades, amigos, experiencias de vidas y palabras completaron mi corazón inquieto por la novedad.
Todo lo que estaba fuera de la misión, comenzó a ser relativo e incierto. Mi única verdad y certeza fue que quería lanzarme por los caminos misioneros más allá de mis fronteras geográficas y existenciales.
Ya han pasado casi 20 años de esta historia nueva, y que por gracia de Dios me permitió vivir este ideal dentro de los desafíos y esperanzas en el acompañamiento de los jóvenes. Así como fueron ellos instrumentos de vida para mi corazón joven, Dios me posibilitó siempre ser instrumento en la vida de muchos de ellos. La fecundidad misionera consagrada me dio oportunidad de gestar vida y acompañarlos en la construcción de sus proyectos de vida, en los dramas existenciales, en la búsqueda de caminos profesionales, en sus decepciones afectivas… en fin, ser compañera de vida para escucharlos y caminar juntos.
Escuchar el grito indagador y cuestionador que ellos comparten desde sus realidades, constantemente me dejó inquieta y activa a realizar nuevos proyectos para encontrar caminos de transformación de esas realidades y no desistir por la causa juvenil.
Actualmente vivo en una comunidad de inserción en las periferias de una gran ciudad llamada Londrina, en Brasil, donde uno de los desafíos principal es despertar la capacidad de soñar con una mejor condición de vida. Rodeados por los desafíos de la extrema pobreza, el tráfico, violencia, discriminación, carencia de recursos y políticas públicas, todo influye para que muchos de ellos no tengan posibilidades ni fuerza para quebrar esos círculos de muerte y transformarlos en vida. Esta es una de las realidades prioritarias de la misión claretiana dentro de este contexto, son ellos los destinatarios de la misión. Siguiendo las huellas de Jesús Misionero y Redentor buscamos dar respuestas de vida en abundancia.
Con ellos es siempre un nuevo comenzar; ensayos continuos, un volver a iniciar e intentar nuevamente. Pero la novedad que una vida joven trae es siempre la Buena Nueva que incentiva y anima a cualquier alma apasionada por la juventud y la misión, combinación perfecta para vivir la Bondad y Alegría. Doy gracias a Dios porque desde el carisma claretiano, como Misionera de San Antonio María Claret, mi vocación misionera encontró caminos para sumar fuerzas y vivir en misión compartida.
Después de haber vivenciado muchas experiencias de alegría, esperanzas y también tristezas y decepciones en esta misión con los jóvenes, puedo decir nuevamente: “
” (Mons. Geraldo Fernandes cmf).