Lo más duro en mi discernimiento vocacional fue haber dejado mi familia.
Como Latino inmigrante en este país, y como adulto, en mi sangre corre la responsabilidad de cuidar de mis padres, especialmente con el pasar de los años. Al mismo tiempo, sabía que mi felicidad como persona dependía de seguir mi llamado bautismal por medio de la vida misionera religiosa con los Claretianos. Una vez un amigo me dijo que toda opción implica una renuncia; por ende, pensé que me tocaba escoger entre mis padres y mi vocación.
Si ustedes alguna vez han pasado por esto (o si lo están pasando este rato), ustedes saben bien lo que se siente estar en esta situación: el pensar que uno no va a ver su familia, no pasar las navidades ni fechas especiales juntos; no poder contribuir económicamente con el hogar; etc.
Uno se siente como si tuviera que escoger entre los dos; mas no es así.
Lo que nuestros padres quieren es que seamos felices. Y para ser feliz hay que hacer lo que estamos llamados a ser. Parte de nuestro crecimiento como personas implica el saber cuáles son nuestros dones y en donde los vamos a usar, ya que cuando los compartimos encontramos sentido a nuestra vida y nos realizamos como seres humanos. Nuestros padres hicieron lo mismo; y ellos también sintieron lo que es dejar a su familia para emigrar a otras tierras. Es parte de la vida; es normal e incluso se espera que sea así.
No fue fácil tomar la decisión de entrar con los misioneros Claretianos; más les quiero compartir los consejos que me ayudaron a tomar la decisión.
Primero, reza al Espíritu Santo para que te ayude a ver las señales que Dios te envía para confirmar tu vocación. A veces ignoramos los que los demás nos dicen: “Tu eres bueno para trabajar con los jóvenes.” “Tu ayudas en la iglesia.” “Tu servirías como monja” “Tu servirías como cura.” A veces ignoramos nuestras propias rutinas: nos sentimos bien cuando participamos en el grupo de jóvenes o ayudamos en la iglesia; nos gusta servir a los demás; somos buenos resolviendo conflictos; nos duele el sufrimiento de los demás; etc. Si le pedimos al Espíritu Santo para saber evaluar lo que oímos y hacemos, allí podemos encontrar cual es nuestro llamado.
Segundo, habla con alguien. Los mejores amigos o amigas nos conocen muy bien y saben lo que somos y lo que nos gusta hacer. Además, ellos nos saben dar consejos desinteresadamente. Cuando se piensa en la vida religiosa, a uno le da pena contárselo a alguien; quien mejor que nuestros mejores amigos para compartirles lo más profundo de nuestro corazón.
Tercero, busca guía espiritual o mentores. Todos tenemos gente a quienes respetamos; gente cuyas acciones nos inspiran a ser mejores. Además, todos conocemos a un cura o una monjita que nos pueden ayudar a reconocer nuestro llamado en la vida; ellos pasaron por lo mismo y sus palabras y consejos nos pueden guiar por el camino correcto.
Cuarto, utiliza el internet. Hay muchas maneras de poder leer e incluso conectarte con alguien que está pasando por lo mismo. Algo tan simple como poner “siento que tengo vocación religiosa pero me cuesta dejar a mis padres” en Google puede hacer la diferencia. Muchos jóvenes lo han hecho y han tomado decisiones que los han llevado a la felicidad.
Quinto, habla con tus padres. Uno puede quedarse sorprendido con lo que ellos te puedan decir. Recuerda que ellos han vivido más que tú, y han luchado siempre por tener una buena vida y darte una buena vida a ti también. Ellos van a estar bien, porque son seres independientes, capaces e inteligentes. ¡Solamente recuerda todas las veces que te han sacado de líos y problemas!
Sexto, ten fe. Dios no es malo. Dios es amor. Además, Dios promete dar el ciento por uno a quienes sacrifican todo por el reino (Marcos 10, 28-31). Dios va a cuidar a tus padres en maneras inimaginables. Dios sabe lo que hay en tu corazón y no va a hacerte ni hacerlos sufrir.
Cuando entré con los Claretianos, pensé que ya nunca más iba a ver mis padres, ni mis hermanos, ni mis amigos. Sin embargo, mi comunidad religiosa nos apoya mucho para que tengamos un tiempo anual para visitar nuestra familia e incluso abre las puertas de nuestras misiones para nos visiten. Una vez mi madre fue llevada al hospital de emergencia; los misioneros claretianos permitieron que tome un par de días para estar con mi familia. También lo he visto con mis otros hermanos misioneros. En el hospital, cuando ya tenía que regresar al seminario, mis padres me dijeron: “gracias por venir, pero debes regresar a tu hogar con los misioneros. Nada nos hace más felices que saber que estás sirviendo a Dios y a la comunidad. Nosotros vamos a estar bien.” Dios cuida a los que amamos cuando no podemos estar cerca de ellos.
Cuesta dejar a la familia en nombre de la vocación, pero vale la pena hacerlo. La vocación es nuestro llamado a ser felices sirviendo a la gente de Dios, y esa felicidad no es sólo para uno sino para la gente de Dios, nuestra comunidad religiosa y también para los que nos dieron la vida.